Construcción/constitución del discurso sobre lo real
Es importante dejar claro que desde nuestra perspectiva, el hacer científico se asemeja al proceso de la escritura; esto en tanto y en cuanto se aleja del proceso de significación y se asume como “el examen, el trazado y otras instancias aún por conocer” (Deleuze y Guattari, 1987: 4-5). En este sentido, el quehacer del científico social recuerda al niño que conecta puntos en un dibujo incompleto. Y es que en esta instancia del saber, el discurso se construye/constituye a partir de sucesos, documentos, objetos, anécdotas y otro sinnúmero de artefactos que de por sí no contienen ningún significado ni ninguna verdad más allá de la que le atribuye el sujeto que le investiga.
Deleuze y Guattari (1993) establecen que el quehacer filosófico se constituye desde la creación de conceptos; esto es, a modo de dar cuenta de lo cual se quiere hablar (o escribir), es importante anclarse conceptualmente. Y es también fundamental dar cuenta del proceso por el cual se llega a ello.
De este modo, resulta cardinal introducir al rizoma como concepto. Este surge en contraposición a la raíz, al árbol. La raíz es la metáfora perfecta para dar cuenta de la modernidad. Esta sirve de base/espejo para los sistemas arborescentes: sistemas jerárquicos que contienen centros de significación y subjetivación, y una memoria organizada completamente autómata (aún cuando prefieren tener un solo centro). En los modelos derivativos de los sistemas arborescentes, los elementos sólo reciben información de unidades superiores (¿la milicia?), y sólo recibe afecto subjetivo a través de trayectorias predeterminadas. El pensamiento que se deriva de los sistemas arborescentes actúa a partir de un punto (diagramado) sobre el cual fija un orden. De aquí su resultado ulterior: la estructura de poder.
En cambio, el rizoma parte de la multiplicidad. Pero no de la multiplicidad unificada de antemano bajo (o sobre) el precepto de una estructura exógena súper impuesta, ni sobre la multiplicidad ya dada (que supondría un sistema arborescente). Más bien, es esa que se crea sin la necesidad de añadir otra dimensión (superior), al sustraérsele lo único. El rizoma es un sistema basado en este precepto; “asume diversas formas, desde la extensión ramificada en todas direcciones en una superficie dada, hasta bulbos y tubérculos” (Deleuze y Guattari 1987: 7).
A falta de una explicación más arborescente, Deleuze y Guattari prefieren enumerar “ciertas características aproximativas del rizoma” a las que le llaman principios. Un ejemplo de ello lo son los principios de conexión y multiplicidad (1 y 2): “cualquier punto de un rizoma puede conectarse a cualquier otra cosa, y debe ser así” (1980: 7). El rizoma constantemente “establece conexiones a través de distintas cadenas de significado, organizaciones de poder y circunstancias relativas a las artes, ciencias y luchas sociales” (1980: 7). Esto implica un grado superlativo de multiplicidad y conexión que marca, encierra, libera, borra, etc., diversas instancias aparentemente inconexas (o al menos, desde la perspectiva arborescente).
Las múltiples conexiones o multiplicidades no implican necesariamente un significado ulterior a ellas; todas pertenecen a una misma dimensión, o “plano de consistencia.” Este es el principio de multiplicidad. La unidimensionalidad es intrínseca al rizoma, y un incremento en complejidad nunca implicará un ensanchamiento del plano de consistencia. En todo caso, sus dimensiones se pueden incrementar, pero sólo en términos de las conexiones direccionales del rizoma.
No por ello debemos pensar que un plano de consistencia es una instancia auto contenida. Bajo el principio de “la ruptura carente de significado” se puntualiza el hecho de que todo rizoma contiene “líneas de segmentación, de acuerdo a las cuales éste se estratifica, territorializa, organiza, significa, atribuye, etc.”, pero también contiene “líneas de desteritorialización desde las cuales constantemente huye” (1980: 9). Así se producen líneas de fuga cada vez que la segmentación produce una ruptura en el rizoma. Pero debe siempre recordarse que estas líneas de fuga son parte del rizoma; “estas líneas están siempre atadas entre ellas” (1980: 9).
Por último, están los principios de cartografía y la imposibilidad de la calcomanía (5 y 6): el rizoma nunca favorece ninguna estructura ni modelo; es ajeno a cualquier posibilidad de anclaje axiomático genético o a estructuras profundas que determinen su significado. Deleuze y Guattari utilizan la metáfora del mapa y el trazado para contraponer el rizoma y los sistemas arborescentes: el mapa orienta, el trazo guía. Este último no permite libertad de movimientos; encausa la dirección de quien le sigue, plantea reglas, sobre impone y determina el movimiento de quien lo sigue. En cambio, el mapa no impone movimiento, ruta, entrada o salida. Está abierto a la experimentación, permite y fomenta la conexión entre diversos campos. Aquí florece una de las características más importantes del rizoma: éste permite múltiples maneras de abordaje, sin privilegiar ninguna y siempre insinuando diversas conexiones o posibles conexiones entre redes, campos. Mientras el mapa se relaciona con el funcionamiento, el trazo se vincula con la competencia. De esta manera, el trazo “organiza, estabiliza, neutraliza la multiplicidad de acuerdo a los ejes de significado y subjetivación” que le pertenece e impone (Deleuze y Guattari, 1987: 12). Al contrario, las “coordenadas” en un mapa “son determinadas no por análisis teóricos” que entrañan reglas, modelos y sistemas universales, sino por una aproximación pragmática “compuesta de multiplicidades o agregados de intensidad.”
Para Deleuze y Guattari, el psicoanálisis y la lingüística están ancladas bajo un modo de pensar completamente arborescente; la primera, con su trazado del inconsciente, le impone al sujeto una estructura, lo centra bajo la figura de Edipo; mientras la segunda, con su interés en descubrir no sólo las reglas del lenguaje, sino también de la comunicación, estructura los discursos, los traza sin tan siquiera abordar su multiplicidad. Puede hablarse de iguales términos sobre la psicología. Surgida de la necesidad de comprender “lo social” (entendido este último como agrupamiento de de multiplicidades culturales, lingüísticas, étnicas y religiosas) y del pensamiento social, prontamente se subyuga al imperativo de integración del Estado moderno (Ibáñez 1990: 25-6). Se sustrae como radícula del pensamiento moderno sobre la naturaleza. Adquiere su esencia de la ciencia natural, permutándose convirtiéndose en física social (Hobbes), transformación que le permite “realizar en el campo de lo social lo que la nueva física” realiza “en el ámbito del mundo natural” (Ibáñez, 1990: 27). Pronto absorbe la mecanicidad, el control y la predicción como modus operandi. Así llega hasta el siglo pasado, saturada de individualismo, cientificismo y predicción. Un sistema arborescente al fin, la psicología (incluyendo a la de corte social), como todo pensamiento moderno.
La “inexcusable exigencia genealógica”
¿Cómo abordar el rizoma, no ya tanto como metáfora de lo real, sino como “mapa” a través del cual construir y asumir nuestro objeto de estudio (la adolescencia)? Si el rizoma presume heterogeneidad, libertad de conexión, multiplicidad, carece de un significado articulador y su proceder solo puede ser cartografiado, es ineluctable suponer que el proceder metódico de la ciencia moderna (aquel que se articula en lo mecánico, el control y la predicción) quede descartado de plano. El método siempre es dictado por el objeto, no este último como ente independiente y separado, sino como construcción. El objeto moderno fue construido como una entidad aislada, solitaria pero moldeable y predecible. Sin embargo, el rizoma no es así. El rizoma es escurridizo, carece de sentido y de centro. Entonces, hace falta pensar (o quizá repensar) la cuestión del método a la sombra de estas premisas.
Ibáñez define la genealogía como el “indagar el pasado desde el punto de vista del presente, con el propósito de hacer que el presente sea inteligible” (1990: 20). Dicha definición proviene de Foucault, quien utilizara este método de indagación en sus investigaciones sobre la locura, la clínica, la sexualidad y el sistema carcelario. La idoneidad de la aproximación genealógica queda subrayada en la medida en que rechaza la idea del “origen” (en su sentido arborescente) y de un solo comienzo (según es explicitado en el pensamiento moderno). Por el contrario, el modo de proceder genealógico cultiva “los detalles y los accidentes que acompañan todos los comienzos” (Foucault, 1977: 144). Se hace énfasis en la idea de “los comienzos,” en la medida que la genealogía pretende dar cuenta de los eventos al margen de cualquier finalidad que le imponga sentido desde afuera. No se pretende reestablecer una continuidad olvidada o quebrantada entre dos puntos a través de la historia. Es más bien,
En su proceder, la genealogía efectivamente quiebra los discursos petrificados, fragmentándolos, mostrando así la heterogeneidad que yace en aquello que se suponía homogéneo. De este modo, los grandes constructos modernos, como lo es la ciencia, pero también la moral, los ideales, la metafísica y la libertad (entre otros) son mostrados en su desnudez, resaltando su emergencia dentro de un territorio fragmentado, incongruente y donde existieron más de una interpretación de los fenómenos. En fin, la genealogía logra colocar estos montajes como “eventos” insertados en procesos históricos (Foucault, 1977: 152). Al introducir y asumir la discontinuidad que supone esta desacralización del pensamiento moderno, la genealogía logra crear una “historia eficaz,” que propasa los cuerpos, en la medida que convierte el conocimiento (científico, popular) en “perspectiva” (Foucault, 1977: 152-4).identificar los accidentes, las minúsculas desviaciones... los errores, las falsas apreciaciones, los cálculos defectuosos que dieron pie al nacimiento de esas cosas que continúan existiendo y tienen valor para nosotros; es el descubrimiento de que la verdad o el ser no yacen en la raíz de lo que nosotros sabemos y somos, sino la exteriorización de accidentes. (1977: 144).
Ciertamente puede observarse ciertos paralelismos entre la construcción/constitución del objeto como rizoma y el método genealógico que propone Foucault. Si la cartografía es necesaria bajo la sombra del rizoma, en la medida que permite construir mapas del objeto sobre un plano (o cualquier plano) de consistencia, la genealogía sería el método perfecto para construir dichos mapas. La genealogía asume la heterogeneidad (multiplicidad), no intenta imponer la posibilidad de un único origen (descentrada) ni desea reestablecer continuidad en los objetos (carece de sentido). La genealogía así aparece como una posibilidad metodológica con la cual ocuparse del rizoma como objeto.
De este modo, una investigación regida por los preceptos de la genealogía, deberá:
registrar la singularidad de los eventos fuera de cualquier finalidad monótona; debe buscarlos en los lugares menos promisorios, aquellos que usualmente creemos no tienen historia —en los sentimientos, en el amor, la conciencia, los instintos; debe ser sensible a su recurrencia, no con el objetivo de trazar su curva gradual hacia la evolución, pero para aislar las diferentes escenas donde abordan diferentes roles. Finalmente, la genealogía debe hasta definir esas instancias donde están ausentes, el momento donde permanecen sin realizar [.](Foucault, 1977: 139-40).